10.
Dos horas más tarde, la ropa de Caitlin y sus posesiones personales más preciadas habían sido amontonadas en dos bolsas, cuyas asas estaban atadas de tal forma, que pudieran llevarse a modo de alforjas sobre la grupa del caballo de Ace.
Al final del camino, Ace vio la silueta de su rancho elevándose contra el horizonte iluminado por la luna. La extensa casa de madera se situaba en una elevación, rodeada por un granero recién construido y varios edificios anexos. Esta era una noche de sábado, sus hermanos y el resto de trabajadores excepto Mike, el trabajador del establo más antiguo, estaban todavía en la ciudad. En opinión de Ace, eso estaba bien.
Hasta esta noche, Ace había creído que su madre y hermana serían las primeras mujeres en vivir en el Paraíso. Por un instante, sus pensamientos vagaron hacia ellas. Debería escribirle a su madre en la primera oportunidad para informarle sobre su matrimonio y decirle que había descubierto la verdad acerca de su parentesco con su media hermana Edén. El problema podría estar en encontrar un momento privado para hacerlo. No podía correr el riesgo de que Caitlin pudiera ver la carta. Más adelante, cuando llegara a confiar en él un poco, tendría que decirle que Conor había engendrado otra hija.
Pero ahora, definitivamente, no era buen momento para sacar ese complejo problema en particular. Ella ya sospechaba que sus motivos para casarse con ella provenían del odio. Si descubriera la verdad acerca de Edén, sólo echaría leña al fuego.
Mantener secretos con su mujer no era manera de iniciar un matrimonio y Ace lo sabía. Por el momento, sin embargo, tenía preocupaciones más inmediatas. Su quebradiza tensión le preocupaba sobre todo. Siendo esta su noche de bodas, tenía que decidir rápido cómo pretendía proceder a partir de aquí.
Dadas las circunstancias actuales, Ace estaba dispuesto a esperar para consumar el matrimonio, si es que esperar lo hiciera más fácil para Caitlin. La pregunta era, ¿lo haría?
Por un lado, ella apenas lo conocía y definitivamente podría necesitar algún tiempo para ajustarse. Por otra parte, estaba la posibilidad de que la espera sólo prolongara su agonía. ¿Cómo manejaría mejor un hombre una situación como esta?
Al final de ese pensamiento, otro golpeó a Ace. Mientras más tiempo esperara, más tiempo tendría Caitlin para obtener esa anulación. Si se tratara de una elección entre consumar el matrimonio o dejarla irse sola a San Francisco, la tendría en la cama tan rápido que su cabeza daría vueltas.
Después de envolver las riendas de Shakespeare holgadamente alrededor del cuerno de la silla de montar, palmeó al garañón en la grupa para enviarlo al establo. Para prevenir a Mike de que el caballo estaba llegando, Ace presionó un pulgar y un índice contra sus dientes y silbó. En cuestión de segundos, Mike respondió.
—Mi caballerizo —le explicó a su novia, quien se había sobresaltado notablemente cuando él silbó—. Cepillará a Shakespeare y le dará su grano.
Buscando debajo de los flecos de su chal, la agarró del codo y la condujo arriba, al porche recién construido. El suelo estaba hecho de tablas cepilladas y el armazón era de pinos jóvenes. El agudo aroma de la madera recién serrada llenó el frío aire de la noche.
Ace decidió improvisar. Dios sabía que no sería un gran esfuerzo tener que hacer el amor con la chica. Recordó cómo se había sentido en sus brazos en la pista de baile, tan increíblemente correcto, como si su forma delgada se hubiera amoldado justo a él. Una mujer que se sentía tan bien tenía que tener pasión ardiente dentro de ella, en algún lugar.
El pensamiento dejó a Ace ardiendo a fuego lento. Cuando detuvo el caballo delante de la casa, dijo un poco más abruptamente de lo que pretendía:
—Bueno, aquí estamos.
Comenzando a sentirse contrariado por su recelo, Ace se bajó del caballo.
Después de sacar sus bolsas de la grupa de Shakespeare y echarlas al porche, se acercó para ayudarla a bajar. La vio vacilar antes de poner las manos en sus hombros.
—Caitlin, intenta relajarte —dijo mientras la dejaba en el suelo—. Va a estar bien, cariño. De verdad.
A juzgar por su palidez, Ace supo que ella no le creyó. Sin importar como lo enfrentaran, este matrimonio le daba ciertos derechos inalienables. Si eligiera ejercitarlos, no habría mucho que ella pudiera hacer sobre eso.
Antes de abrir la puerta, se detuvo a evaluarla. Todavía tan pálida como la leche, su cara pequeña resplandecía ante la luz de la luna, sus grandes ojos cautelosos llenos de preguntas no expresadas. Ahora definitivamente no era buen momento para cargarla a través del umbral.
Resistiendo el deseo de capturar su cara entre las manos y soltar promesas tontas, abrió la puerta y se apartó a un lado para que entrara.
Aferrando sus manos sobre los extremos del chal en su cintura, ella se movió con vacilación hacia adelante, sus ojos enormes intentando ver a través de la oscuridad. Con un toque en su espalda, la urgió a que avanzara para poder cerrar la puerta.
La negrura cayó en picado sobre ellos. Ace esperó sólo lo suficiente para que sus ojos se ajustaran, entonces se movió hacia la mesa en el centro de la habitación donde siempre había una lámpara.
Buscando a tientas un fósforo en el bolsillo de su camisa, dijo:
—Quédate aquí. Tendré algo de luz aquí en un momento.
Golpeando el fosforo en la costura lateral de sus pantalones de mezclilla, colocó la llama en la mecha de la lámpara. Una luz dorada llameó, parpadeando sobre las paredes de madera. Mientras colocaba la tulipa de cristal, escudriñó la habitación, intentando verlo como ella lo haría. Para ponerlo suavemente, la casa necesitaba un toque femenino. Las paredes de madera y los suelos de madera estaban desnudos, sin ningún adorno. A pesar del brillo del barniz de la madera, un poco mejor de lo que ella estaba acostumbrada, no era la clase de lugar que una mujer fuera propensa a encontrar atractivo. Algún día sería una casa bonita y hospitalaria, si todo fuera de acuerdo al plan, pero por ahora, era bastante austera, e incluso eso sería amable.
—Todavía estamos haciendo el acabado de la ebanistería —explicó—. Y temo que no esperábamos ninguna compañía cuando salimos más temprano así que espero que disculpes el desorden —Agarró una camisa de la mesa y la arrojó a un rincón—. Mi hermano Esa piensa que el vestidor está dondequiera que él esté —golpeteó sus nudillos en la mesa de madera—. No tenemos mucho mobiliario aún. Solo los elementos básicos —dijo, tomando la lámpara—. Ven. Te mostraré el sitio.
Ella se movió hacia él con casi tanto entusiasmo como el que habría mostrado por una extracción dental. Él sonrió con lo que esperaba fuera una sonrisa promedio, de aspecto normal. Acababa de usar el último fósforo de su bolsillo y lo había lanzado en alguna parte sobre la mesa. Sin algo apretado entre sus dientes, tendía a parecer como si estuviera haciendo una mueca cuando sonreía.
—Éste es el salón principal de la casa —dijo, señalando la gran habitación, de vigas en diagonal en la cual estaban—. Lo quería grande para que todos en la familia pudieran reunirse aquí dentro. Acarreamos todas las rocas para la chimenea desde Golden Creek. Notarás que está veteada con el oro de los tontos. Pensé que sería bastante bonita. Brilla como un hijo de… bueno, es realmente brillante, cuando hay un fuego en la rejilla.
Frotando una palma húmeda en sus pantalones, Ace se aclaró la voz, preguntándose por qué estaba tan nervioso. Señalando un amplio pasaje abovedado, agregó:
—Al otro lado de allí está la cocina —presionando una mano en su espalda, la condujo hacia adelante. Como si ella no pudiera saber que eso era una cocina. Dios mío, divagaba como un idiota. Con la esperanza de que hubiera algo humorístico en su tendencia a señalar lo obvio, él inclinó la cabeza y agregó—. Esa cosa monstruosa es nuestro fogón. Allí a lo largo de la pared lateral están los muebles de cocina. Como la mayoría de las personas, tenemos toda clase de comestibles en ellos, azúcar, sal, harina, harina de maíz… —se interrumpió y golpeó ligeramente con la punta del pie—. Debajo de nosotros, tenemos un sólido piso de pino —empujó un pulgar hacia arriba y le guiñó un ojo—. Ese es el techo. ¿Cómo lo estoy haciendo hasta ahora?
Las esquinas de su boca se curvaron hacia arriba ligeramente. No era exactamente lo que él llamaría una sonrisa, pero aceptaría lo que pudiera conseguir. Donde su mano presionaba contra su espalda, todavía podía sentirla estremeciéndose. Cristo. Estaba comenzando a sentirse un poco aturdido él mismo.
Guiándola de regreso al área principal, dijo:
—A nuestra izquierda está la sala de estar y el despacho, ninguno de los cuales está terminado todavía. Habrá otra chimenea en cada uno y me gustaría construir estantes para los libros desde el suelo al techo en el estudio. Soy un incurable cazador de libros.
Él creyó vislumbrar un poco de interés en sus ojos.
—¿Te gusta leer, Caitlin?
—Mmm.
Rechinó los dientes. ¿Mmm? La chica no lo estaba ayudando mucho aquí. Dirigió otra mirada alrededor de la habitación, la cual parecía verse más vacía a cada segundo.
—Meteremos todos los muebles, por supuesto. Espero que te guste decorar. Como puedes ver, habrá mucho que hacer —Levantando la linterna para iluminar el camino, él la condujo a la parte posterior de la casa—. Aquí atrás están los dormitorios. Cinco, para empezar. Aunque debería ser suficiente. Mis hermanos probablemente construirán sus propias casas cuando empiecen sus familias, y mi hermana menor Edén ya está comprometida para casarse el próximo junio. Eso nos dejará solo a mi madre y a mí . Y ahora tú, por supuesto —Ace casi agregó, "y nuestros hijos, " pero se contuvo—. Eso asumiendo que a ti te guste mi madre y no te importe tenerla cerca.
—¿Tienes una madre y una hermana?
Ella sonó tan asombrada que él se encontró sonriendo otra vez.
—No, en verdad, salí de debajo de una hoja de col.
Ella soltó una risa sorprendida. El sonido fue tan bienvenido que, por segunda vez esa tarde, casi cayó de rodillas y dio gracias.
—Lo siento —ella dijo suavemente—. Lo dije sin ánimo de ofender. Sucede que es difícil imaginar a un hombre como tú con… bueno, con una madre.
—¿Un hombre como yo? —Ace no estaba seguro de que a él le gustara como sonaba eso — ¿Qué clase de hombre crees que soy exactamente?
Ella se vio azorada por la pregunta.
—Bueno… un jugador —Su mirada descendió y se detuvo en su arma de fuego—. Y un… un pistolero.
—¿Un pistolero? —Ace se rio a pesar de sí mismo. Él había sido llamado un montón de cosas, pero nunca tan educadamente—. Un forajido, quieres decir.
—Sí —admitió—, un forajido.
—¿Lo cual equivale a malnacido y asesino?
Sus ojos se ampliaron.
—Yo, mmm…
—¿Sabes el principal motivo por el que me he visto en la necesidad de ser tan rápido con un arma, Caitlin?
Ella negó con la cabeza.
—Porque nunca saco a menos que otro hombre vaya por su arma primero.
—Te he ofendido —Se veía honestamente angustiada, ya sea que fuera porque temía haber lastimado sus sentimientos o porque temía alguna clase de desquite, no lo sabía—. Lo siento.
—No es necesario. No estoy ofendido, sólo aclarando las cosas. No te mentiré y te diré que nunca le he disparado a un hombre. Pero no soy el asesino a sangre fría como pinta mi reputación que soy, tampoco. Sin duda alguna jamás he obtenido ningún placer en eso.
Sus sombras, lanzadas desordenadamente por la luz cambiante de la linterna, brincaban sobre las paredes de pino mientras se movían más allá a lo largo del vestíbulo. Él se detuvo a abrir una puerta.
—Sólo para darte una idea del tamaño de los dormitorios. El dormitorio principal, el cuál es bastante grande, es el único terminado hasta ahora. Está al fondo de la casa. —Él la atrajo hacia otra entrada—. Esto es mi orgullo y mi alegría. O al menos lo será cuando esté terminado, un excusado interior. Levanté el molino[6] el mes pasado y conseguí meter toda la cañería dentro. Esperamos poner el sistema en funcionamiento la próxima semana. Tendrás agua corriente, alimentada por gravedad desde el ático, como hacen en la ciudad.
Él la guio hacia delante, hacia el dormitorio principal. Después de abrir la puerta, le dio la lámpara.
—Espera aquí un momento —dijo y la dejó parada en la entrada—. Encenderé la lámpara de aquí adentro para ti. Luego traeré tus bolsas y prenderé un fuego. Supongo que tienes frío y estás exhausta.
—Tengo un poco de frío —admitió, jalando su chal más cerca alrededor de sus hombros. Sujetando la linterna en lo alto, lanzó una mirada nerviosa alrededor del cuarto, sus mejillas tornándose de un bonito rosado mientras evaluaba el vestidor contiguo y la colorida colcha que su madre había hecho para la cama—. Pero no estoy cansada en absoluto.
Ace sabía bastante bien que tenía que ser una mentira. Después de la tarde que acababa de terminar, tenía que estar tan exhausta que apenas podía ver. Obviamente había llegado a la conclusión, correctamente, que con sólo un dormitorio acabado en la casa, la pareja tendría que compartir una cama.
Bajo cualquier otra circunstancia, Ace se habría compadecido y habría hecho todo lo posible para hacer la situación más agradable para ella. Después de todo, la chica había sido arrastrada a un matrimonio, contra su voluntad, con un virtual desconocido. Sin importar lo amable o comprensivo que intentara ser, la situación debía ser difícil.
Desafortunadamente, la esencia del asunto era que el destino no les había proporcionado otras opciones, y aunque estuviera preparado para darle espacio, no estaba dispuesto a pasar la noche en el granero o en el suelo en otra habitación. De cualquier forma que lo tratara, esa no era manera de empezar un matrimonio.
Como si leyera sus pensamientos, ella puso una mano en su cintura y se movió por la habitación, como buscando las palabras. Finalmente dijo:
—Sr. Keegan, yo, mmm, tengo una petición que hacer.
Ace sabía lo que venía. Fingió estar ocupado con la lámpara.
—Ya que hay varios dormitorios…–Se interrumpió y dejó las palabras suspendidas entre ellos—. Bueno… Tú sabes… Podrías, es decir, considerarías…
Su voz se desvaneció.
Ace se encontró con su mirada preocupada.
—Estamos legalmente casados, Caitlin —recordó suavemente—. Sin importar los arreglos que podamos hacer entre nosotros, por las apariencias, es casi un hecho que tenemos que compartir un dormitorio. Si dormimos separados, hay muchas posibilidades de especulaciones. Creo que se habla en abundancia sobre nosotros ya, ¿no crees?
—¿Tus propios hermanos extenderían el rumor sobre ti?
—Tengo ayudantes contratados en este lugar. Se enterarían de nuestros arreglos para dormir tarde o temprano.
—Pero seguramente pretendes darme un poco de tiempo para llegar a conocerte.
Ace resistió el deseo de caminar de nuevo hacia ella. Tan desesperada como se veía y tan necesitada de descanso como estaba, sabía que no le daría la bienvenida a ningún intento de su parte para proporcionarlo.
—¿Qué mejor manera de conocerse que compartiendo una cama?
Claramente pérdida, ella envolvió los dedos delgados tan apretadamente alrededor de la base de la linterna que sus nudillos se pusieron pálidos.
—Ya veo.
Sólo, por supuesto, que ella no veía. De ningún modo. Ahora mismo, claramente lo miraba como un monstruo despiadado.
La debilidad temblorosa de su voz casi lo hizo ablandarse. Sólo que las sombras en sus ojos se le anticiparon. No era un simple caso de nerviosismo extremo, esto, sino un miedo profundo hasta los huesos. En su experiencia de miedos, grandes o pequeños, siempre era más conveniente hacerles frente. Tenía que aprender a confiar en él en algún momento, y acostarse con él sería una condenada buena forma de empezar.
La luz de la lámpara delineó sus delicadas facciones en la sombra, arrojándolas en el abrupto alivio contra los pálidos planos de su cara. Por un instante, se vio casi esquelética, una caricatura sin vida en lugar de una mujer de carne y hueso.
—Caitlin —dijo suavemente—, no tengo la intención de lastimarte. Si no puedes creer en nada más que te diga, por favor intenta confiar en eso.
Su boca tembló mientras contestaba:
—Mi preocupación es que puedas tener una definición completamente diferente de la palabra "lastimar", Sr. Keegan.
—Te voy a decir una cosa —dijo, luchando por encontrar una amistosa manera, de explicar el hecho—. Vamos a tomar las cosas poco a poco, ¿vale? Incluso la peor situación se veía un poco menos que mal después de una buena noche de descanso.
No pareció estar reconfortada. Terminó de encender la lámpara de la mesa de noche, entonces se reunió con ella en la entrada para coger la otra lámpara.
Señalando la cama con la cabeza, dijo:
—¿Por qué no te adelantas y te pones cómoda mientras traigo tus bolsas y enciendo un fuego?
A juzgar por la mirada que le dirigió, habría pensado que acababa de invitarla a lanzarse a un agujero de víboras.